Otro Madrid

Llegué a Madrid el pasado domingo, temprano, y aunque no sentí tanto frío como esperaba, el paisaje de la Terminal 4 era escalofriante. El atentando terrorista del pasado 30 de diciembre nos dejó la fotografía del todavía poder etarra de nuestro país, aún canalla, implacable, asesino.

Parte de los aparcamientos comenzaron ayer a funcionar como siempre, intentando restaurar la normalidad pese a que aún ésta es la fotografía.


Después de un tour inmenso a través de la nueva terminal, a la que encontré totalmente incómoda (demasiado largo el camino entre el pasajero y su equipaje), cogí el metro, y desde entonces una sensación de inseguridad se ha ido consolidando.
No se trata de haber encontrado un metro multicolor por ser multiracial (vivir en Babel me encanta) o de haber encontrado un metro saturado, que así fue para ser domingo; se trata de encontrar un metro donde los delincuentes encuentran el espacio perfecto para, por sobreentendido, delinquir, y ver que esto ocurre rutinariamente más allá del servicio de transporte.

El hecho es que abandoné la línea rosa en Nuevos Ministerios para irme acercando a Antón Martín, y siento algo en mi bolso. ¡Una mano! sí una mano joven de unos 19 años, de apariencia de la Europa del Este, intentando alcanzar mi cartera deslizándose sutilmente mientras también palpa alrededor por si encuentra algo más atractivo. Soy más rápida. Sólo el comienzo de esa sensación.

Imaginaba que al llegar a Madrid me encontraría con un refugio, que me reencontraría con la ciudad donde siempre quise estar, pero no pudo ser. Sin embargo, en este tiempo sin haber venido para descubrir otros perfiles de ruidos, rotondas, fuentes, calles comerciales, peatonales, edificios monumentales, modernos, clásicos, parques abiertos, privados, paseos relajantes, excitantes, neón, velas, bibliotecas o clubs...estoy viendo un paisaje distinto pero no mejor, quizá no peor y sólo distinto, pero ya no tan deseable.


Ejemplos. Antes encontraba curioso y variopinto tener la suerte de ir encontrando entre el gentío algún músico, casi siempre excelente, que amenizara el paseo con los ecos de sus notas, bailarines y actores que aderezaban con danzas del mundo y notas cómicas o dramáticas en ese espacio de camino que nos conecta entre el trabajo y el metro, entre el trabajo e ir de tiendas, entre el centro comercial y volver a casa. Pero ya no.

Me entusiasman, pero me entristece darme cuenta que se han duplicado, triplicado, multipicado por no sé cuántos, y ahora me parecen el resultado de la pobreza económica y cultural de este país, que ante un caudal inmenso de arte y destrezas sólo oferta a todos ellos la posibilidad del escenario de la calle.

Gentes del mundo que paran el reloj de los sueños para fabricar uno nuevo en el Sur de Europa mientras llega el día D. Sólo esperan por nuestra bondad para comer su pan de cada día y ahorrar para otros que están más allá del Sur.

Y así he visto pedigüeños con carteles a bolígrafo desgastado, mendigos fuera de cafeterías construyendo edredones de cartón para pasar la noche, jóvenes con rostros amenzantes en las esquinas de cualquier plaza, vendedores de "todo" a cualquier hora en las calles laterales o tangentes cerca de "casa", carteristas más allá del radio Sol, en fin...tengo la sensación de que Madrid ha cambiado. O antes lo veía distinto.

Todas las ciudades del mundo cambian, y con ellas deben hacerlo los gobiernos, claudicando ante el distinto variopinto escenario para mejorarlo, utilizando los nuevos recursos de la ciudad.

España no está sola ante el crecimiento, ni es algo insólito el problema de la inmigración, las drogas o la delincuencia, no hagamos un drama de ello, ni dejemos acertar a Alfonso Cuarón en su vaticinio en Children of men, Hijos de los hombres, ni mucho menos.

Metamorfoseémonos con la ciudad y crezcamos con ella, sin que gobierne el miedo y la delincuencia, sin brindarle la oportunidad de trabajar a la máquina de los sueños, que es un recurso de un potencial inconmensurable e inexplotado, dejemos de halagar a los 8O y su movida para construir un siglo 21 impredeciblemente excitante y mestizo.
Miremos a nuestros vecinos y aprenderemos. Hagamos algo mejor por las ciudades llenas de deseos como ésta, donde todo el mundo viene a buscar una oportunidad, y no dejemos que algunos minen el espíritu que siempre ha tenido Madrid.

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